jueves, 28 de agosto de 2008

44.

Castillos

Viajábamos en auto por las rutas,
Escuchando Indie trillado
A través de tu ligero canto y tu constante
Suplica por la disminución de la velocidad.
El viento golpeaba las paredes
Grisáceas de mi auto
– que tal vez debiera haber llamado nuestro-
Los vidrios amenazaban romperse,
Como pesadas cruces de mármol en la nieve.
Vos no habías mentido, yo sí.
No sólo a mis padres,
Cuyo crudo conservadurismo no consintió
-Ni consentirá nunca-
ningún acercamiento al sexo prematrimonial.
Te había mentido - siempre creí que lo sabías-
Era un engaño tímido, casi un juego instintivo.
Una ventana a la cárcel mental
En la que se había convertido nuestro noviazgo.

Te acariciaba las rodillas con la mano derecha;
Tus piernas, desgarbadas y ásperas aquella mañana:
Las estrellas de mar que siempre nos pareció patético coleccionar.

Miraste la puerta del hotel.
Tu ingenuidad -tu reacción alérgica a lo real-
Hacía descansar las esperanzas de castillos medievales,
En mis ciento cincuenta pesos por dos noches,
En una playa de la costa atlántica.

Y ahí estaba el mar,
Con sus arcadas de alcoholismo,
Invitándonos a decir lugares comunes,
A pensar lugares comunes,
A ser lugares comunes.
A esbozar una felicidad de playa,
Con la incomodidad de la arena en las zapatillas.
Dos marcas de hielo,
Rodeadas por el color de la sangre bajo la piel,
En el contorno de los anteojos.

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